Texto curatorial:

Supongo que mi familia se parece un poco a la de todo el mundo. Debe ser porque, en gran medida, es una familia feliz y, como afirmaba Tolstói, todas las familias felices se parecen unas a otras. Podría decirse que somos una familia tradicional; una familia de costumbres. Cumpleaños, fiestas patronales, navidades y todos los domingos del año son fechas señaladas en el calendario en las que tíos, primos, abuelos, padres e hijos nos reunimos en torno a una gran mesa para interpretar una comedia costumbrista perfectamente orquestada. Y es que el guion siempre es el mismo: un breve viaje en coche hasta la casa de los abuelos; el olor a hogar que baja por la escalera; los saludos que dan paso al acto principal; el sonido de la vajilla al colocarla sobre la mesa; los platos rebosantes de comida; las manchas de café que salpican el mantel; y, como colofón, una partida de Trivial aliñada con risas, dulces y licor. Para mí, la mejor de las comedias.  

Comida familiar es, exactamente, eso: un relato gráfico que narra la jornada de un grupo de personas que comparten vivencias alrededor de la comida. Cada imagen nos sitúa en un momento exacto de la historia, lo que obliga a una lectura cronológica de la muestra. De este modo, y como si de una ópera se tratase, Julie Legrand dirige una obra de cuatro actos, donde cada pieza recrea las distintas escenas que, juntas, integran la narración. La preparación de los alimentos, la puesta de la mesa y el banquete en sí mismo, seguido de una tarde de juegos, son los ingredientes principales de esta trama de costumbres que Julie Legrand nos invita a contemplar. Porque, si bien estamos ante la historia particular de un grupo ficticio de personas, los hechos que acontecen en esta Comida familiar podrían extrapolarse, perfectamente, a la experiencia personal de cualquiera de nosotros.

Además, cada escena aparece integrada por una sucesión de cuadros simultáneos que ofrecen múltiples perspectivas de una misma realidad. De este modo, Julie Legrand captura, en un claro guiño a los clásicos álbumes de fotos familiares, distintos puntos de vista de una acción concreta, dando lugar a un imaginario habitado por un mundo congelado donde tiempo y espacio han sido fragmentados en pequeños átomos de información con el fin de poner el foco sobre los detalles más minúsculos.  

Y es que son, precisamente, esos detalles los que otorgan el don de lo único a este ritual tan universal de las comidas familiares. Son ellos los que hacen de la comedia de cada uno un acontecimiento singular y extraordinario que sólo puede tener lugar dentro de nuestras familias. Porque lo especial de cada familia no es ese guion que, en muchos casos, se repite, sino los actores únicos e irrepetibles que lo interpretan.